Por Veronica Zamora Barrios el 20-05-2025
Escribo en esta noche de plenilunio sobre una luna ensangrentada.
Es noviembre de dosmilcatorce de mi tiempo legal y consciente de los Estados Unidos Mexicanos.
Se volvieron río los muchachos,
tal vez se convirtieron por arte de corrientes y peces,
río de bruma,
de dientes arrancados.
Se volvieron ceniza y tierra de ribazo de limo y de afluente noble mis hermanos, mis hijos.
Esta noche es de llanto.
Se ha pagado con vidas inocentes, una vez más, la cuota de ser país de sombras.
¿Quien transporta a los cuerpos?
¿Quién dispara en la oscura miseria las asquerosas balas?
¿Quién se atreve a dar esta noticia?
¿Esta sangre de pobres, saciará el hambre de un dios tan sanguinario que devora a sus hijos y antes los martiriza cuarenta días?
Estoy avergonzada de esta raza bravía de narcos y políticos que babean por sus puestos y mujeres forzadas a prostituirse por el crimen.
Estoy avergonzada por no ceder mi propia vida a Ayotzinapa.
De ver desde mi casa como arden los huesos,
como asciende la columna de humo con sus largos lamentos juveniles.
Crematorios siniestros en basureros que son ahora, territorio sagrado.
Que nadie olvide,
que la espiga truncada es nuestra flor perfecta.
No haya cese del fuego de nuestra rebeldía.
Somos ellos.
Hoy,
hemos sido río con ellos.