Por Carlos Eduardo Guedea Guerrero el 29-05-2025
Desperté sobresaltado entre sollozos. Horrendas imágenes inundaban mi mente, al final del sueño había fuego y luz que lo consumían todo.
Sombras se erguían amenazadoras ante mí. La claridad matutina era aun insuficiente para desterrarlas a los rincones de la habitación. Toqué mis mejillas, estaba llorando, posiblemente debido a que mis nervios estaban destrozados. No me atreví a pisar el suelo hasta que la oscuridad hubiese desaparecido casi por completo.
Fui a la cocina, miré por la ventana buscando sol, pero estaba oculto tras una espesa capa de nubes, el día era gris y frío. Un cuervo chocó contra la ventana e hizo que retrocediera unos pasos. Miré hacia el suelo, encontré al pájaro muerto en el patio, decidí dejarlo para que los insectos se encargaran de él. En unos cuantos días no habría rastros del animal.
Podía oler un aroma dulce, era muy débil, no lograba encontrar la fuente; pero desde que me desperté lo percibía, se estaba incrementando. Desayuné tranquilo tratando de recordar lo que había hecho una semana antes, un día antes, pero no me fue posible. Mi mente estaba en blanco, los únicos recuerdos que conseguía eran turbios. Intenté visualizar mi niñez, a mis padres, amigos, mi nombre; sólo obtuve oscuridad. Me resigné, algún día lograría hacerlo.
Terminé mi desayuno, fui a recoger la correspondencia, no encontré ninguna carta en el buzón, sin embargo, un panfleto arrugado y de vivos colores se encontraba en el fondo, en él se publicitaba un carnaval que llegaba a la ciudad ese mismo día. Decidí ir para distraer mi mente.
Al reverso de la hoja se encontraba un pequeño mapa que conducía al muelle y al carnaval en él, decidí utilizarlo para guiarme. Crucé la calle, pude vislumbrar a una persona. Voltee para observar su rostro con la esperanza de encontrar a alguien conocido pero por un instante no vi a un humano, sino a un demonio, tenía grandes cuernos y facciones deformes. Sentí pánico al ver que gusanos salían de su putrefacta boca. Tuve que apartar la mirada, mantuve cerrados mis ojos por un largo tiempo. El hedor que había sentido hace poco se presentaba de nuevo, todavía no distinguía lo que era, pero sabía que provenía de aquella abominación. Los abrí de nuevo, la persona había desaparecido. Junto con él se esfumó también el empalagoso aroma.
Me encaminé de nuevo hacia el puerto. A un cuarto de trayecto encontré un anuncio publicitario, en él se promocionaba un automóvil, por un momento creía recordarlo, sabía que lo había visto en alguna parte. Un recuerdo asaltó mi mente: me vi conduciendo aquel vehículo, era de noche. Una mujer y dos niños que no conocía, o al menos no creía hacerlo, viajaban también. Estaba desconcertado pero se me pasó al ver que frente a mí estaba un barranco, la barrera de contención que se encontraba sería insuficiente para detenerme, lo presentía. El carro caería inevitablemente. Quise dar la vuelta, alejarme del peligro inminente, pero no pude hacerlo, entonces me di cuenta que era sólo un espectador en aquella visión, todo ya estaba determinado. Los niños dormían en la parte trasera y la mujer estaba retocándose el maquillaje, aplicándose perfume ignorante del peligro que se avecinaba. De pronto lo olí, el aroma que me había estado persiguiendo todo el día provenía de aquella colonia que la dama sostenía en sus manos.
Segundos después de esto el automóvil salió disparado al vacío, giró varias veces hasta quedar sólo un montón de metales retorcidos en el suelo. La señora a mi lado estaba irreconocible, un raudal de sangre salía de su vientre y los niños estaban incluso en peores condiciones. El dolor que yo sentía era indescriptible. Cerré mis ojos y sólo quedó oscuridad. Una deslumbrante luz acompañada de flamas tan calientes como el infierno mismo y el olor a azufre se presentaron. El automóvil se estaba incendiando.
Recobré el conocimiento, de nuevo estaba frente al anuncio. Ya no solo cuestionaba mi memoria, también empezaba a dudar de mi percepción de la realidad, de mi cordura. Me alejé lo más rápido que pude de ese letrero, corrí sin rumbo. Cuando me tranquilicé, reflexioné las cosas que había visto y en ese momento me percaté que aquellas personas de mis visiones me resultaban extrañamente familiares, sabía que las había visto antes pero no podía decir dónde.
Rehice el rumbo hacia el carnaval, sentía una profunda necesidad de llegar ahí, tal vez en ese lugar mis problemas encontrarían una solución. Llevaba unos minutos caminando cuando entendí lo que mi intuición me indicaba, desde que había salido de mi casa no había encontrado un solo hombre, mujer o niño; ni siquiera un animal. Los únicos que había visto antes de empezar mi camino habían sido el cuervo y el hombre.
Sentí pavor al entender mi situación, aunque me resistí. Grité pidiendo ayuda con todas mis fuerzas pero fue inútil. Toqué en la casa más cercana, nadie respondió. Miré por las ventanas en busca de una sola alma que me reconfortara con su presencia pero no encontré a nadie. Irrumpí en los edificios y en los hogares cuando mi desesperación estaba en su clímax pero de nada sirvió. En todos aquellos lugares pude encontrar dos cosas que desde el primer momento que se cruzaron conmigo fueron imposibles de olvidar. La primera era la botella de perfume que aquella hermosa mujer sostenía y la segunda era una fotografía de todos los ocupantes del automóvil.
No lo soportaba más, mientras más cerca estaba de mi destino mi desesperación era mayor. Sin embargo una imperiosa necesidad me arrastraba y era mayor que todos mis temores juntos.
Momentos antes había podido escuchar truenos a la distancia y la promesa de una tormenta se hizo presente. Empezó a llover torrencialmente y una bandada de pájaros negros que iban delate de ésta cubrió el cielo, eran tantos que opacaban la luz mortecina restante y quedé así sumergido en la oscuridad.
Me quedé contemplando una de esas aves que estaba frente a mí, tuve otro recuerdo: Me vi a mí mismo siendo atacado por unos cuervos y protegido por una pareja antes que lograsen herirme, en mi interior seguía siendo aquel niño. Éste era el único vestigio que recordaba de mi infancia.
Desperté de mi trance y el cuervo ya se había ido, además tomé conciencia de donde me encontraba . Pude ver el puerto, dentro, mi añorado carnaval. Las aves se cernían amenazadoras volando en círculos y rodeando el contorno del puerto. La lluvia se detuvo, me acerqué al vendedor de entradas, saqué mi cartera del pantalón y lo primero que observé fueron una serie de desconcertantes fotografías. Pude ver a la mujer y los niños del automóvil, a las personas que me habían defendido del ave y yo de pequeño. Deduje que aquellos extraños debían ser mi familia, pero ¿Por qué no lograba recordar a ninguno de ellos? ¿Dónde estaban? ¿Habían sobrevivido al accidente? ¿Cuánto tiempo había pasado de eso? y pensé un raudal de preguntas parecidas.
El hombre de las entradas seguía esperando a que le pagara, me disculpé y le di el dinero. Fue a buscar el cambio, cuando un artículo del periódico que se encontraba en el mostrador llamó mi atención. Se describía cómo una familia compuesta por una pareja y dos hijos habían muerto al caer de un barranco después que el esposo se quedara dormido al volante. Miré la fotografía quella era la misma escena que la de mi visión. La fecha del periódico era tres de noviembre del año dos mil.
Entré al carnaval, la felicidad que ahí existía era enorme, por fin había descubierto el paradero de todas las personas de la ciudad. En todas partes que posaba mi vista había niños riendo y todos juntos formaban un coro, aquella era la mejor melodía que hubiera escuchado.
Vi al horizonte, el cielo por primero vez estaba despejado, el sol ya se ocultaba en las profundidades del océano. Entonces una estatua en el centro del lugar que desde el principio había captado mi atención empezó a moverse, por un momento creí que no era más que mi imaginación, pero deseché esa idea cuando estaba a solo un palmo de distancia. Era un ser intrigante, tenía alas de ángel, un cuerpo tan estilizado que carecía de imperfecciones humanas y en sus manos sostenía un tridente.
Me miró directamente a los ojos y en los suyos pude ver la inmensidad, sentí como si fueran un pozo tan profundo como el infinito. Succionó mi alma hasta la última gota y dejó sólo el cascarón vacío en el piso del muelle.
Por unos cuantos segundos, antes de que terminara mi existencia, pude apreciar como todas las preguntas que me había planteado tenían respuesta, tuve la certeza de que lo que había vivido hasta ese instante se repetiría en un ciclo sin fin prolongandose aún después que la última estrella del cosmos se apagara, y seguiría cuando el universo se hubiera desgarrado. Milésimas de segundo antes de la inexistencia mi memoria se deshizo, después, el sueño tomó posesión.